
En una sociedad de España, de cuyo nombre nuestra ministra de Cultura ahora no quiere acordarse, no ha mucho tiempo que vivía un friki de los de “
a dios rogando y con el mazo dando”, ideas antiguas, curriculum flaco y enorme ambición.
Es, pues, de saber, que este frikazo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a cazar paginas de perroflautas por la red con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la razón, de la ética y aun la correcta administración de su sociedad; y llegó a tanto su obsesión y desatino en esto de empapelar piratas, que desvió muchos euros que en realidad pertenecían a otros frikis, para enriquecerse y seguir teniendo perroflautas que cazar; y así llevó ante la ley todos cuantos pudo haber dellos y un buen día incluso estuvo a punto de mandarle un requerimiento judicial al bueno de Johnny Deep; y de todos, ningunos le parecían tan bien como aquellos que pinchaban música en una boda, silbaban en la ducha, cantaban en el banquete de una comunión, o compraban un triste cd virgen en una tienda, porque la claridad del perroflautismo de todo ello, le parecía de perlas; y más cuando llegaba a leer enlaces de descarga y comentarios de desafío de usuarios del Emule, que así se llamaba su rocín, donde muchas veces hallaba escrito:
SGAE, me cago en Vu3s€R@ &u^@ M;•%&/, hijos %E &ut@ ¡!! Con estas y otras semejantes razones perdía nuestro pobre friki el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Ramoncín, si regresase a la SGAE para sólo ello.
En resolución, se enfrascó tanto en su caza, que se le pasaban los días y las noches denunciando jóvenes pokeros por el emule, y así, del poco trabajar y del mucho cazar piratas, se le secó el cerebro y se le empezó a ver el cartón, de manera que vino a perder el juicio.
Y como perdió el juicio, la guardia civil le mandó a la trena, la Ministra Sinde tuvo que comparecer a justificar lo injustificable y a nuestro friki le encerraron en una mazmorra llena de todo aquello que veía en las paginas de descarga, en las escaleras del metro, en las bodas, bautizos y comuniones y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella historia de descargas y perroflautas, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.
Ni siquiera aquella vieja historia de la ducha, el perroflauta y la descarga ilegal de la pastilla de jabón que tantas veces le contaron de pequeño, cuando el mundo era un feliz sitio sin internet...
FIN